Hoy nos reunimos con el corazón entrecruzado de dolor y esperanza. Hablamos de un duelo que a menudo se vive en silencio, un dolor que nuestra sociedad, incómoda, prefiere no nombrar. Hoy alzamos la voz por ellos. Por los bebés que se fueron demasiado pronto. Por las vidas breves que, sin embargo, dejaron una huella eterna.Este día está dedicado a la muerte gestacional, perinatal y neonatal. Son palabras frías, técnicas, que intentan contener un universo de amor y de pérdida. Detrás de cada una de ellas hay un nombre. Hay un rostro soñado. Hay un futuro que se esfumó. Hay un par de zapatitos que nunca se usaron, una habitación que quedó vacía, un arrullo que se convirtió en lamento.La muerte gestacional es la de ese latido que se detuvo en la intimidad del vientre. Es la espera que termina en un silencio desgarrador. Es despedir a alguien a quien nunca se llegó a abrazar, pero a quien se amó con una fuerza indescriptible.La muerte perinatal es la de ese bebé que nació, que tal vez llenó la sala de partos con un llanto fugaz, o que quizás ni siquiera llegó a respirar en nuestros brazos. Es la cruel paradoja de dar la vida y la muerte al mismo tiempo. Es la confusión de un instante que debería haber sido de alegría absoluta y que se transforma en el momento más oscuro.La muerte neonatal es la de esos pequeños luchadores que estuvieron aquí unos días, unas semanas. Que conocieron el calor de una caricia, la luz de una incubadora, la batalla diaria por vivir. Dejaron de ser un sueño para ser un recuerdo tangible, un olor, una marca en la piel de sus padres.Pero este día no es solo para recordar a los bebés. Es, sobre todo, para abrazar a quienes se quedaron. A las madres, cuyo cuerpo guarda la memoria de un embarazo que ya no está. A los padres, que cargan con el peso de un dolor a menudo invisibilizado. A los hermanos y hermanas que no comprenden la ausencia. A los abuelos, que lloran una doble pérdida: la de su nieto y el dolor de sus hijos.Hoy decimos, claramente, que este duelo es válido. Que no importa en qué semana sucedió, si hubo o no un parto, si se vivió una hora o un mes. Se perdió un hijo. Se perdió un amor inmenso. Y ese dolor merece ser reconocido, escuchado y acompañado, sin prisas, sin juicios, sin frases hechas que intenten apresurar una cura que no existe.Romper el silencio es el primer paso hacia la sanación. Hablar de ellos, decir sus nombres en voz alta, compartir sus historias, es una forma de mantenerlos vivos en nuestro corazón. Es negarse a que su existencia sea un tema tabú. Es tejer un manto de comprensión colectiva alrededor de las familias que sufren.En este día, encendemos una vela. Esa pequeña llama es nuestro símbolo. Es la luz de los que se fueron, que sigue brillando en la oscuridad. Es nuestra promesa de no olvidar. Es nuestra forma de decirles, a todos los padres y madres que cargan con este dolor: No están solos. Su hijo fue real. Su amor es eterno. Y su recuerdo, un lazo que nada ni nadie puede romper.Que en este silencio compartido, en esta luz que se multiplica, encontremos la fuerza para seguir adelante, llevándolos siempre con nosotros. Porque el amor más grande a veces es el que duele más, pero también es el que, con su recuerdo, nos ilumina el camino.
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