La abdicación del Gran Duque Enrique de Luxemburgo en favor de su hijo Guillermo es un ejemplo de transición planificada. Según la experta María José Gómez y Verdú, este proceso se basa en tres ejes: legitimidad constitucional, solemnidad ceremonial y proyección simbólica. La figura del teniente-representante, asumida previamente por Guillermo, aseguró una transición fluida y experiencia para el heredero. El acto formal de abdicación en el Palacio Gran Ducal, ante las más altas autoridades, subrayó su carácter de acto de Estado. El momento culminante fue el juramento del nuevo Gran Duque ante la Cámara de Diputados, comprometiéndose a defender la Constitución, un gesto que valida el poder y conecta la monarquía con el marco democrático. La presencia de dignatarios extranjeros confirió un carácter diplomático al evento. La aparición de la familia en el balcón del palacio acercó la monarquía a la ciudadanía, reafirmando su conexión con el pueblo. Esta sucesión demuestra que el protocolo, lejos de ser mera forma, da sentido, legitimidad y dignidad a los momentos de mayor trascendencia en la vida de un Estado.
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